Divertimentos para equilibrar el estrés laboral

Como socio en una agencia de broker (intermediario) de seguros conté con una buena situación económica. Me gustaba y todavía me gusta el tío rico de Donald Duck (¿o es Donald Trump?) cuando se baña en monedas de oro.

Durante los años ’70 pasamos varias veces los inviernos en los Alpes, las Dolomitas, el grupo montañoso Sella,  alojándonos en un buen hotel Gran Baita y aprovechando de las pistas del hotel asistidas para los niños mientras los adultos bajaron por las Pistas Negras (otra mentira mía, perdón…las pistas negras son para James Bond)

En las épocas del año cuando el clima era templado o lindo soleado pasábamos fines de semanas o breves vacaciones en nuestra casa campestre en un pueblo en Holanda, similar a recrearse en Samaipata. El pueblo se llama Kattendijke, un pequeño pueblo ideal para niños, y para mí era ideal para navegar con un bote a vela.

Navegar con bote a vela en Zeeland, Holanda con una Jolle BM 16
Mi propia BM
Nuestra casa de vacaciones en Kattendijke

Paréntesis: Una reflexión sobre poseer una casa en el campo. Por el análisis económico juzgando estas casas de fin de semana en estos “paraísos” no son tan aconsejables. Si alguien suma los gastos y costos de un año, y divide el monto por los días de aprovechamiento, resulta que existen interesantes alternativas de 5 estrellas que se hubieran podido financiar, recibiendo un servicio “todo incluido”. Un poco diferente se presenta el cálculo cuando hay –como era el caso nuestro—niños, y muchos amigos. Además, el tráfico vehicular no perjudicaba demasiado en comparación con hoy en día, causando pocos atrasos de tiempo y pocos embotellamientos, y la velocidad no era severamente controlada y multada ante un mínimo exceso. Navegar en bote a vela, excursiones en bicicletas, pescar desde la orilla o en un bote anclado delante de la orilla en aguas más profundas, sentirse feliz en un ambiente arquitectónico del siglo XVI, visitar para comprar en un mercado limpio y servirse buena comida era el lado positivo de tener una casa de campo en Kattendijke. La década de los ’70 la hemos vivido así.

En Kattendijke, Zeeland, Walcheren

Como pescador me encanta esta poesia sencilla:

Lord grant that I may catch a fish

So big that even I

When talking of it afterwards

Need never tell a lie.

Nuestra cabaña cumplía similares funciones a las de una quinta para los cruceños, y de yapa aprendí el idioma flamenco jugando ajedrez con el viejo vecino Ko.

En noviembre de 1963 perdimos a un bebé de cinco o seis meses de edad. Este capítulo (sobre el embarazo) de mi biografía revela un ejemplo de la tardanza de la educación sexual, en Alemania, en la década de los ’60. No habíamos recibido educación sexual ni de nuestros padres ni en la escuela. No existía todavía conocimiento generalizado sobre métodos seguros de anticoncepción. La revolución o liberación sexual empezó en los años ’70. Mientras tanto, el tema era tabú para mucha gente. Para nosotros también, lamentablemente.

La suerte en tanto luto fue que el embarazo no puso en peligro la salud de la madre. Este golpe del destino fue brutal. Pero empezó un matrimonio que duró hasta el 16.10.2006, cuando nuevamente golpeó el destino: fallece Biggi.

Biggi se había acostado ese día para dormir una siesta. Nunca despertó. Sigue descansando en paz. Tenía solamente 64 años de vida. En estos 43 años que duró nuestro matrimonio hemos compartido muchas situaciones diferentes, algunas de épocas de vacas gordas, otras de vacas flacas. Me faltan adjetivos para caracterizar a Biggi. Era una mujer como hay pocas. Está descansando en el cementerio alemán de Santa Cruz, compartiendo la tumba con su madre, también fallecida en Santa Cruz, en 1988 a sus 68 años de edad, de un derrame cerebral.

Biggi ocupó varios cargos manejando finanzas y fue tesorera durante muchos años del Colegio Alemán. Trabajó en un proyecto de la cooperación alemana para el fortalecimiento del sector cooperativo de Bolivia DGRV. Trabajó en SEARPI.  Biggi merece un reconocimiento, por su aporte silencioso en un mundo de los mucho YOYO’s y de los perros de hortelano que no hacen nada positivo, pero perjudican los que sí trabajan: No comen y no dejan comer.

Me encontré tras su fallecimiento en una situación –diría hoy—muy peligrosa. La desesperación por la pérdida totalmente sorpresiva, aparentemente sin enfermedad previa, me obligó a enfrentar una fase de mi vida que no estaba “planificada o controlada”. No tenía idea de cómo salir de este callejón aparentemente sin salida. Cometí errores. Tengo que pedir disculpas por mis actos censurables. Deambulando como un boxeador lastimado por KO. Sin fuerza. Sin futuro. ¿Sin futuro? Gracias a una muy respetada amiga mía, señora Laida Domínguez, me salvó una reflexión de Paolo Coelho que ella me mandó, con un consejo sabio que apliqué. Coelho te manda a cerrar círculos, quiere decir aceptar el pasado como hecho irrevocable y enfocar el futuro.

A Biggi tengo que agradecerle por muchas cosas, como por ejemplo por su lealtad y ánimo de pionera. Juntos hemos trabajado por ejemplo atendiendo un “restaurante” en un pahuichi rústico con buena comida alemana que preparaba Biggi con ayuda. Un rico bajativo, gentileza de la casa, ofrecido por mi persona y con muchos tocando el vaso, ha sido una caracteristica. Sí, en aquellos años tenía una cultura alcohólica bien desarrollada. Era tan pequeño nuestro rincón que clientes tenían que reservar un sitio. Años después de haber suspendido la atención nos llamaban para reservar. La Quinta Alemana de otrora tenía dos propósitos: hacernos conocer como alemanes trabajadores y llegar a conocer bolivianos. Teníamos muy buena clientela fija a quienes le gustó escuchar además Mozart o Tchaikovsky.

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