El niño y joven atrevido

Düsseldorf era al finalizar la guerra una ciudad en ruinas, y atrás de las ruinas en los barrios residenciales había muchos jardines con árboles frutales. Robar cerezas, manzanas, ciruelas, peras, zarzamoras, frambuesas, damascos y qué otras delicias más crecieran en estos jardines. Muchos huertos estaban sin cuidado de los dueños, algunos vigilados por sus propietarios. Contra la habilidad de los niños de ocho o poco mayores era una guerra perdida desde el principio para quien iba a cosechar. ¿Perdida? Depende. Recuerdo que una tarde estuve yo en la cima de un enorme árbol de cerezas, cuando el dueño apareció dándose cuenta que ya le habían ayudado a cosechar. Tenía una rabia furiosa. Gritó que iba a matar a los ladrones cuando agarrara a uno de estos maleantes y no paró. Y yo un maleante de ocho años en peligro de ser matado, estuve clavado al tronco sin moverme, pero con miedo genuino. Se fue el furibundo. Bajé yo. Al día siguiente yo estaba de nuevo en el árbol. Lógico, no había terminado mi trabajo….

En las ruinas había peligro de morir, pero no había miedo de la muerte. No recuerdo que en mi pandilla de niños hubiera desgracias. Pasé 1948 hasta 1951 sin accidentes: no me cayó ningun ladrillo sobre mi cabeza en las ruinas, donde juntábamos viejos metales. Las pandillas nada que ver con las pandillas cruceñas de hoy. Utilizábamos como máximo hondas. Pandillas defendían “sus” áreas de influencia, pero sin muertos ni heridos graves.

Yo prefiero la niñez que he vivido a la moderna…

¡Que me declaren troglodita! Yo prefiero la vida superior del dibujo.

De un no-sé-de-donde, creo, de un pariente, recibí algo que décadas atrás posiblemente había sido una bicicleta.  Le faltaba casi todo. Hoy diría que al caballo regalado no se le miran los dientes. Era prohibido por decreto supremo manejar una cosa de esas. Creo que la cárcel era la multa. Bueno, manejé esta cosa con dos ruedas y caí en los brazos abiertos de un policía.  No era cuestión de mostrarle algunos billetes — eso aprendí muchas décadas después en otro país. ¡Este paco (léase folclórico por policia) alemán sabía dónde más le duele a un niño! Me ordenó limpiar con un grupo de iguales delincuentes con cepillos un piso en el edificio del comando policial. Quizás hubiera elegido la muerte, pues la burla (“Schadenfreude”) de mis compañeros era insoportable. Me sentí como Tom Sawyer castigado por la tía Polly.

“Schadenfreude” es una palabra del alemán que designa el sentimiento de alegría creado por el sufrimiento o la infelicidad del otro. El término se usa también como expresión culta importada en otros idiomas, como el inglés y el español.

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