My Way Artículos
Dear Willi,
Many thanks for the photo of you, in which you look very well. Roger will print it out.
In return we send you a recent photo of ourselves and Bridget. The background is not our garden, but the grounds of a nearby stately home!
Viele Liebe Gruesse,
Christine & Roger
Poesia y Pintura
Paraíso:
Don Rigoberto Quete era dueño de este puerto gomero,muy trabajador éste ciudadano, pero tenía un defecto era burro para los negocios cada ves le hacian tumbes y nunca aprendio no hacia caso de los buenos consejos, una ves un comerciante le hizo un cambalache de una moto por unas cuantas bolachas de gomas, la moto estaba mas vieja que sus zapatos y nunca funciono y ahi esta como reliquia en su barraca. Quizas algun dia funcione pero el ya no la manejara.
I think this is where they got the model for Angry Birds!
African Pied Starling, (Lamprotornis bicolor) in Rietvlei, South Africa by Andrew Mayes/Comedy Wildlife Photography Awards 2021
Hier ein Tipp von Erich Kästner, falls Sie noch keine Idee für den Gabentisch haben… Wir wünschen Ihnen einen schönen vierten Advent.
Hans Christian Andersen
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
El abeto
Hans Christian Andersen
Allá en el bosque había un abeto, lindo y pequeñito. Crecía en un buen sitio, le daba el sol y no le faltaba aire, y a su alrededor se alzaban muchos compañeros mayores, tanto abetos como pinos.
Pero el pequeño abeto sólo suspiraba por crecer; no le importaban el calor del sol ni el frescor del aire, ni atendía a los niños de la aldea, que recorran el bosque en busca de fresas y frambuesas, charlando y correteando. A veces llegaban con un puchero lleno de los frutos recogidos, o con las fresas ensartadas en una paja, y, sentándose junto al menudo abeto, decían: «¡Qué pequeño y qué lindo es!». Pero el arbolito se enfurruñaba al oírlo.
Al año siguiente había ya crecido bastante, y lo mismo al otro año, pues en los abetos puede verse el número de años que tienen por los círculos de su tronco.
“¡Ay!, ¿por qué no he de ser yo tan alto como los demás?” -suspiraba el arbolillo-. Podría desplegar las ramas todo en derredor y mirar el ancho mundo desde la copa. Los pájaros harían sus nidos entre mis ramas, y cuando soplara el viento, podría mecerlas e inclinarlas con la distinción y elegancia de los otros.