Aquella mañana muy temprano ingresó en el túnel que se generaba con las ramas de los árboles por encima y el piso pedregoso de salida del agua, bajando hacia su chaco. Era como otra dimensión, la de su trabajo en el campo para cultivar la yuca, el arroz, el maíz. En esta oportunidad, iba al lugar donde la noche anterior estuvo cazando. Este era un pequeño salitral, lugar de llegada de algunos animales para tomar agua en el arroyo que había debajo de los árboles. Cercano al mismo, en la altura entre unos gajos estaba su chapapa, en la cual se sentaba espiando con su linterna la llegada de estos.
Miró la urina que había dejado y la cargó en los hombros, retornando al pueblo cercano todavía con la neblina de la mañana, pisando el rocío en el pasto que invadía el escaso camino que se formaba por el caminar de aquellos hombres de campo que trabajan la tierra con el sudor de la frente.
En el patio de su casa carneó el animal cortando su piel por la zona del abdomen, luego retirando las vísceras y encontrando de vez en cuando los perdigones del tiro de escopeta que había recibido y que preparaba minuciosamente previo a la caza en sus cartuchos, donde además colocaba la pólvora y apretaba muy bien su contenido.
Era media mañana cuando escuchó el primer repique de las campanas de la iglesia llamando a la misa del domingo. Para él tenía poco significado, sin embargo, en su entorno había un movimiento especial porque era el momento de estrenar alguna ropita que se había comprado. Tenía que recibir la bendición y mostrar a los demás lo nuevo.
Continuó con su labor que estaba finalizando. El cuero lo tenía estirado sobre una madera con clavos en los extremos, las vísceras en otro lugar para comida de los perros y la carne que serviría para mezclar en un rico locro, o un majau o finalmente ponerla al horno. Eso dependía del gusto del momento. Ese domingo su esposa había decido hacer una rica comida.
Cuando el movimiento de la casa era mayor y los hijos acompañaban a la madre en el inicio del traslado a la iglesia para llegar a sentarse en un buen lugar, llegó el segundo repique de las campanas de la iglesia y se sintió el silencio de la salida de sus moradores, con excepción del cazador, que, cansado de la faena de la mañana, se sentó a tomar un café y seguir el curso de sus pensamientos solitario.
En la cabecera de aquella mesa grande, que albergaba para la comida a una decena de personas, mirando el humo que salía de su café colocado en una tasa de color blanco, sintió de repente un dolor tan profundo en su pecho que hizo que su cabeza cayera sobre la mesa derramando el café.
Entre penumbras, una luz comenzó a elevar su cuerpo, sintiéndose muy liviano. Parece que el momento era propicio para pensar en lo importante de su vida. Se sintió agradecido de tener una familia, que era como la continuidad de sus sueños. Quería que sus hijos conservaran su campo y lo valoraran ecológicamente. Soñaba en tener un hijo médico, una hija enfermera, otro economista y así sucesivamente. Agradeció por la sencillez y abnegación de su esposa.
En medio de estos pensamientos sentía como su cuerpo subía. Pensó en los años que vivió donde la idea de la libertad fue lo más importante. Pasó tiempos difíciles, con diversos tipos de autoritarismos, pero nunca declinó y soñó con poder vivir en el respeto de las ideas, de las creencias, de la expresión en sus diversas manifestaciones.
Así mismo, era un creyente de la justicia, originada en el respeto de la libertad y posibilitadora de una vida en mejores condiciones, para dar seguridad al más débil frente al fuerte.
Como educador, siempre la valoró, siendo consciente de que tenía que llevar adelante otras actividades para poder sobrellevar una familia numerosa en mejores condiciones.
Por la altura pudo ver el campanario a lo lejos y sintió levemente un ruído que era el tercer repique que lo invitaba al lugar donde esta vez no llegaría.
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