Hace no tanto tiempo, la entonces canciller Angela Merkel ganaba elecciones haciendo, sobre todo, una cosa: nada. Su slogan era «ustedes me conocen» y los afiches mostraban sus manos formando un rombo. Para ella, ese gesto tenía algo meditativo. Y llegó a convertirse en un símbolo político. Representaba una promesa al electorado de que nada cambiaría en su vida de paz y bienestar, y no tenían nada que temer. Desde la perspectiva actual, era una quimera.
Sin anticuerpos para crisis
Se forjó una mentalidad que el politólogo húngaro Ivan Krastev resumía, en octubre de 2023, en la revista Der Spiegel, con la siguiente frase: «Cambien el mundo, pero no mi estilo de vida». Su diagnóstico era que Alemania no estaba preparada interiormente para enfrentar crisis. «Los últimos 30 años fueron tan buenos, que la gente deseaba que el ayer no terminara», dijo.
Tampoco estaba preparado para la guerra en Ucrania el Gobierno de Olaf Scholz, que asumió en diciembre de 2021. Su coalición de socialdemócratas, liberales y verdes prometió hacer cambios en Alemania, pero sin pérdida de bienestar.
Pretendía lograr incluso la transición a una economía ecológicamente sostenible sin reducciones del nivel de vida. La idea era financiarla con créditos de 60.000 millones de euros que, inesperadamente, no se usaron durante la pandemia de coronavirus. Pero el Tribunal Constitucional echó por la borda ese plan, rechazando la reasignación de tales recursos.
Resistencia a los recortes
Ahora, el Gobierno se quedó sin dinero. Ya desde el inicio de la guerra en Ucrania, estaba claro que no podría cumplir su promesa. Al no contar más con el gas barato de Rusia, los precios explotaron por momentos y la economía cayó en una recesión. Las mermas de prosperidad se perciben por doquier.
Cada recorte es doloroso y algunos están indignados con el Gobierno. Cuando Scholz visitó regiones inundadasa fines de año, fue recibido con hostilidad. «Mentiroso», «traidor» o «criminal», fueron algunos de los insultos que le lanzaron.
Especialmente furiosos se muestran los agricultores, a los que se pretende recortar subvenciones. Bloquean carreteras, protestan en las ciudades y paralizan el tránsito. Algunos campesinos, presuntamente junto a ultraderechistas, intentaron incluso abordar por asalto un transbordador en que viajaba el vicecanciller, Robert Habeck, de regreso de sus vacaciones de Navidad. Hubo escenas dramáticas, solo vistas hasta entonces en regiones del este, en las que el partido Alternativa para Alemania (AfD), en parte de extrema derecha, tiene especial arrastre.
Tendencia a la fragmentación
Según un estudio dentro de la UE, los alemanes eran los menos receptivos al populismo en 2016. Eso parece haber cambiado. La sociedad se polariza, dice el editor Albrecht von Lucke. A su juicio, se perciben tendencias a la fragmentación y a la pérdida de consenso social.
«La pugna es imprescindible para la cultura democrática», dice Lucke a DW. Pero cuando esa pugna ya no se desarrolla con disposición a hacer concesiones, sino que cada grupo clientelar intenta imponer al máximo sus intereses, se socava la democracia. Entonces, el Gobierno pierde toda autoridad y, al final, las posturas se desplazan cada vez más hacia los extremos».
Cada quien precupado por sí mismo
Similar, aunque no tan dramática, es la visión de Ursula Münch, directora de la Academia de Formación Política de Tutzing. «No creo que debiéramos hablar de una división de la sociedad en dos partes de iguales, pero veo que los sectores periféricos de la sociedad crecen», dice a DW, refiriéndose a aquellos que «efectivamente tienden al disenso, expresan gran insatisfacción y llevan a cabo protestas».
Es el caso de los agricultores en este momento, así como del sindicato de maquinistas. Ambos son fuertes grupos de interés que pueden paralizar a toda una república con sus acciones. Para Lucke, las protestas de los agricultores son un ejemplo de que «cada uno sólo se preocupa por sí mismo». Los agricultores «casi han conseguido la retirada de todas las medidas, pero todavía luchan por revertir hasta el último detalle».
La presión de las reformas
En cuanto a las actuales protestas de los agricultores, Ursula Münch considera que se sienten agobiados financieramente, porque las subvenciones iban a recortarse rápidamente, «sin dar tiempo para prepararse adecuadamente». Por otra parte, estima que los campesinos están molestos porque no se habló previamente con ellos y sus organizaciones.
Los agricultores dicen también con frecuencia que la presión de las reformas los supera. Cada vez hay nuevas disposiciones sobre la protección del clima y el medioambiente, y sobre el bienestar animal. Sobre todo los pequeños agricultores alegan que se les da demasiado poco tiempo para los cambios y que el dinero no alcanza.
Esta sensación tampoco resulta desconocida para el común de los ciudadanos. Pero a Münch no le parece justificada. «También somos un país que tiene grandes recursos, que tiene bases financieras, y somos un estado social», subraya. A su juicio es comprensible que algunos estén preocupados, pero tampoco hay que dejarse atemorizar.
No obstante, la aceptación del partido populista de extrema derecha AfD crece en algunas regiones. Y el publicista Albrecht von Lucke espera un fuerte voto de castigo para 2024: «La discordia continuará, la frustración en el país crecerá y tendremos que afrontar elecciones de protesta y resentimiento».
(ers/rml)
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