«Los sesenta Granaderos»: San Martín cruza la cordillera en una camilla – 17.3.2023

«Los sesenta Granaderos»: San Martín cruza la cordillera en una camilla
Eran sesenta soldados
«Una litera , un general postrado y sesenta sacerdotes de
litúrgico arropamiento andino y enhiestas tercerolas,
empeñados en ganarle a la muerte la jugada más difícil
de la guerra de independencia americana»
Agustín Pérez Pardella, «San Martín, el Libertador cabalga»

La historia de los sesenta granaderos que canta la cueca de Hilario Cuadros es, de alguna manera, la historia de la desobediencia y la fuga; la historia de un soldado que «huyó» para servir en otra guerra mucho más importante que la que entonces lo convocaba. Corría 1819 y el General San Martín descansaba en Mendoza luego de cruzar la cordillera de los Andes, triunfar en Chacabuco y Maipú y asegurar la independencia de Chile. Pero más que un descanso era un alto en la campaña militar para recuperarse algunas dolencias físicas que lo venían aquejando. El 9 de junio de ese le año le escribió a su amigo Tomás Guido que se hallaba «postrado en cama» por una fístula provocada por sus hemorroides agangrenadas y el 12 de agosto que «ya estaría en Buenos Aires a no haber sido un diabólico ataque de reumatismo inflamatorio que me ha tenido once días postrado de pies y manos y sufriendo los dolores más agudos».
Ese viaje a Buenos Aires era importante porque San Martín pensaba terminar de conseguir el apoyo económico que necesitaba del gobierno para poder embarcar el Ejército de los Andes rumbo a Lima. A mediados de setiembre el Libertador inició el viaje a la capital pero su salud lo obligó a detenerse en San Luis. Desde esa ciudad volvió a escribirle a Guido el 21 de setiembre: «Al fin me resolví a ponerme en marcha para Buenos Aires, pero no pude pasar de ésta en razón de lo postrado que llegué: en el día me encuentro muy aliviado y pienso ponerme en marcha dentro de cinco o seis días, permaneciendo en la capital sólo ocho o doce días a lo sumo». Pero mientras el viaje de San Martín se demoraba, el escenario político del país daba un giro de ciento ochenta grados.
El primer hecho importante se había producido el 25 de mayo cuando el Congreso que sesionaba desde 1816, primero en Tucumán, luego en Buenos Aires, sancionó la primera Constitución desde la Declaración de la Independencia. El texto, que estipulaba el nombramiento de una autoridad fuerte y central, tenía una clara inclinación en favor de los intereses de Buenos Aires, y fue rechazado por las provincias del Interior, que pugnaban por una orientación federal y que acabarían alzándose contra el Directorio.
La sanción de la Constitución de 1819 había generado otro golpe de escena: la renuncia de Juan Martín de Pueyrredón al cargo de Director Supremo y la asunción en su lugar de José Rondeau. Tres años atrás, el apoyo de Pueyrredón al plan de San Martín de cruzar la cordillera y atacar a los españoles en Santiago de Chile había sido decisivo. Por convicciones propias, o por presiones de las logias, Pueyrredón había accedido a pedidos de San Martín y en una carta fechada el 2 de noviembre de 1816 le había escrito:
«A más de 400 frazadas van ahora 500 ponchos, los únicos que se han podido encontrar (…) está dada la orden para que se remitan a usted las mil arrobas de charqui que me pide, para mediados de diciembre, se hará. Van oficios de reconocimiento de los cabildos de esa y demás ciudades de Cuyo. Van los despachos de los oficiales. Van todos los vestuarios pedidos y muchas más camisas (…) Van 400 recados. Van hoy, por correo, en un cajoncito los dos únicos clarines que se han encontrado (…) Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van 200 tiendas de campaña o pabellones, y no hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la carne. Y yo no se cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto, cancelo cuentas con todos y me voy yo también para que usted me de algo del charqui que le mando y, Carajo, no me vuelva a pedir más si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza»
La salud de San Martín le permitió continuar su viaje a la capital recién en los primeros días de octubre de 1819. El día 3 le escribió a O’Higgins: «Muy restablecido de mi larga y penosa enfermedad, me pongo en marcha mañana para Buenos Aires». Sin embargo, al llegar a la Posta del Sauce, en el sur de la provincia de Córdoba, el General recibió la noticia del alzamiento militar de los caudillos federales del litoral contra el Directorio así que decidió regresar a Mendoza.
Con estos acontecimientos en el horizonte, San Martín volvía a Mendoza sin asegurar el dinero de Buenos Aires para la expedición a Lima, mientras que Rondeau pensaba cómo podía financiar la guerra por la Independencia y a la vez enfrentar a las fuerzas federales de Santa Fe y Entre Ríos. Ante la encrucijada, el Director tomó una decisión: el 8 de octubre le ordenó a San Martín que abandone Mendoza y marche con toda su caballería rumbo a Buenos Aires y que enfrente a las partidas que Estanislao López y Francisco Ramírez pudieran haber dispuesto en el camino.
Pero entre la Campaña del Perú y las luchas internas, San Martín también eligió: después de idas y vueltas epistolares, decidió desobedecer al gobierno de Buenos Aires y marchar a Chile. Fue consecuente con su pensamiento, expresado algunos meses antes, cuando el 13 de marzo le escribió al gobernador santafesino Estanislao López: «Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean a favor de los españoles y su dependencia». El 9 de noviembre le escribió a Bernardo de O’Higgins: «Se va a cargar sobre mí una responsabilidad terrible, pero si no se emprende la campaña al Perú todo se lo lleva el diablo».
Con la decisión tomada, San Martín debía superar un nuevo obstáculo: la fragilidad de su salud. Postrado era imposible cruzar la cordillera, pero sus allegados sabían que las fuerzas que hasta ese momento eran leales al gobierno, se estaban levantando en todo el país y ellos mismos no estaban seguros en Mendoza. En Tucumán, tropas sublevadas habían tomado prisionero al general Manuel Belgrano. No se podía correr ese riesgo. Era el momento de partir rumbo a Chile.
El general Rudecindo Alvarado, que estaba a cargo de la salud de San Martín, ordenó entonces la construcción de una litera para trasportar al enfermo. Parecía una locura pero sería una más de las tantas de la guerra por la independencia de América. Sobre los últimos días de 1819, el cortejo de sesenta granaderos trepó los caminos de montaña llevando a su jefe en una camilla para retirarlo del escenario de guerra civil que se avecinaba en el país.
Un año y medio después, mientras la guerra civil entre unitarios y federales asolaba a Buenos Aires y las provincias del Interior, el General José de San Martín entraba en Lima, declaraba la Independencia del Perú , y asestaba un golpe letal al poder realista en Sudamérica.
«Quiero elevar mi canto…»
La cueca «Los sesenta Granaderos» ubica la figura imaginaria de un arriero elevando una plegaria por la escolta de sesenta granaderos cuyanos que transportaron al General San Martín enfermo desde Mendoza a Chile a través de la cordillera de los Andes. Con letra de Hilario Cuadros y música del compositor paraguayo Félix Pérez Cardozo, se trata de una de las canciones más tradicionales y populares del cancionero folclórico argentino. Entre los artistas que grabaron esta canción están Los Trovadores de Cuyo (conjunto integrado por el propio Hilario Cuadros), Agustín Magaldi, Hugo del Carril, Antonio Tormo, Los Chalchaleros, Los Visconti y Los Quilla Huasi. Su versión es la que acompaña este capítulo de La Historia Cantada.
Los sesenta Granaderos
Letra: Hilario Cuadros – Música: Félix Pérez Cardozo
Ante el Cristo Redentor
se arrodillaba un arriero
y rogaba por las almas
de los bravos granaderos.
Eran sesenta paisanos
los sesenta granaderos,
eran valientes cuyanos
de corazones de acero.
Quiero elevar mi canto
como un lamento de tradición
para los granaderos
que defendieron nuestra nación.
Pido para esas almas
que las bendiga nuestro Señor.
Nuestra Señora de Cuyo contempló
la cruzada de los Andes y bendijo
al general San Martín,
el más grande entre los grandes.
Cuna de eternos laureles
con que se adorna mi patria
es Mendoza, la guardiana,
por ser la tierra más gaucha.
Quiero elevar mi canto
como un lamento de tradición
para los granaderos
que defendieron nuestra nación.
Pido para esas almas
que las bendiga nuestro Señor.
FUENTES:
Otero, José Pacífico; Historia del Libertador Don José de San Martín. Tomo IV. Círculo Militar, 1978
Pasquali, Patricia; San Martín confidencial. Planeta, 2000
Pasquali, Patricia; San Martín. Planeta, 1999
Pérez Pardella, Agustín; San Martín, El Libertador cabalga. Planeta, 1997
Barros Arana, Diego; Historia General de Chile. Tomo XII. Ed. Universitaria, 2001
Deleis, Mónica, De Titto, Ricardo, Arguindeguy, Diego; Cartas que hicieron la historia. Ed. Aguilar, 2001
Ilustración principal: San Martín es transportado a Cauquenes por una compañía de 60 granaderos, óleo de Fidel Roig Matons.

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