«Ya noche, San Martín y Paroissien aparecieron en la esquina de la casona que habitaba el general desde su llegada a Huaura. La empinada subida desde la zona del puerto donde había establecido su casa de gobierno los había obligado a callar su animada conversación y ambos guardaban oxígeno intentando llegar a la puerta de entrada. San Martín necesitó detenerse un par de veces buscando resuello y en ambas oportunidades un acceso de tos lo dobló de dolor.
-Ve, por eso lo nombré mi edecán,- le dijo a su acompañante luego de escupir un gargajo de sangre, en un tono de broma que sonó mas a resignación- Edecán y médico, dos cosas que necesito cerca, en un solo hombre. Y así nos ahorramos un sueldo.
Paroissien lo escuchó en silencio. Sabía que cualquier consejo o recomendación que diera en ese momento sería igualmente ignorado como todos los anteriores. Esperó pacientemente que amainara el ataque de tos y cuando San Martín se sintió repuesto, continuaron la subida. A unos 50 pasos de la casa, Eusebio los esperaba firme, la espalda contra la pared del muro. Se había puesto una chaqueta blanca con botones dorados que le llegaba casi a las rodillas y un pantalón doblado sobre los tobillos. Lucía un tricornio negro con penacho verde y una carabina terciada sobre la espalda asomaba sobre su cabeza. A medida que se acercaban y la figura aparecía más nítida, la sorpresa del general y la precaución del edecán los obligaron a detenerse. Paroissien sacó su pistola de la cintura pero San Martín le cruzó el brazo delante, frenando su impulso.
-Buenas noches, Eusebio. ¿Novedades en la casa?, -preguntó en tono marcial.
-¡Sin novedades importantes, señor!,-gritó el niño en igual tono.
San Martín siguió su camino hacia la casona, escondiendo una sonrisa complacida, seguido por su sorprendido secretario. Eusebio los dejó pasar y cerró la marcha a paso firme y seguro, golpeando su desnudo pie izquierdo contra el suelo»
(«El cóndor herido», de Ariel Gustavo Pérez. Novela en preparación)
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