Durante la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.), las hostilidades entre las fuerzas romanas y cartagineses se estancaron gradualmente, comenzando con operaciones a pequeña escala en la isla de Sicilia. El general cartaginés Amílcar Barca se hizo lento al momento de completar su ventaja en la isla y, probablemente debido a esto, en 242 a. C. Roma decidió construir una nueva flota y así recuperar su supremacía naval.
A pesar de haber tomado esta resolución, después de veinte años de guerra las finanzas de la República se encontraban en un pésimo estado, en resumen, las arcas estaban vacías. La repuesta fue un movimiento popular que se formó para contrarrestar esta dificultad; y el resultado fue una flota cercana a 200 quinquerremes, construidos y equipados sin gastos públicos.
La nueva flota fue completada en el año 242 a. C. y confiada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo. Su comandante se esforzaría por instruir a las tripulaciones en maniobras y ejercicios antes de dejar aguas seguras. Su preparación fue determinante para contar con una flota en la cima de sus capacidades militares.
En Cartago, mientras tanto, las noticias de las actividades enemigas no fueron recibidas en vano. Una nueva flota cartaginesa fue construida, la cual aproximadamente llegó a contar con 250 embarcaciones, y soltada al mar bajo las órdenes de Hannón el Grande.
El primer movimiento de Cátulo fue sitiar la ciudad siciliana de Lilibea (hoy Marsala), bloqueando su puerto y conexión con Cartago. Se intentó con esto, aparentemente, cortar las líneas de comunicación y suministros de Amílcar Barca. Para el resto del año, Cátulo esperó por la repuesta cartaginesa.
Los flota cartaginesa arribó a aliviar el bloqueo el año siguiente. Hannón se detuvo cerca de las islas Egadas para esperar favorables vientos que lo llevaran a Lilibea. Sin embargo, la flota cartaginesa fue detectada por exploradores romanos y Cátulo se vio obligado a abandonar el sitio para enfrentarse con sus enemigos.
En la mañana del 10 de marzo de 241 a. C., el viento sopla a favor de los cartagineses y Hánnon inmediatamente izó las velas. Cátulo midió el riesgo que habría de correr entre atacar con viento en su proa y el riesgo en dejar llegar a Hánnon a Sicilia para encontrarse con Amílcar Barca. A pesar de las condiciones desfavorables, el cónsul decidió interceptar a los cartagineses y ordenó formación de batalla. Mandó quitar los mástiles, velas y cualquier equipo innecesario para hacer más livianas las naves en aquellas duras condiciones.
Debido a que Cátulo se estaba recuperando de las heridas recibidas en un combate anterior, debió entregar el mando de la flota romana a su segundo, el pretor Quinto Valerio Falto.
Al inicio de la batalla los romanos obtuvieron una gran movilidad y agilidad en el agua, debido a los equipos de que se habían privado; los cartagineses, por su parte, estaban cargados de provisiones y equipos muy pesados lo que les restaba movilidad. Las tripulaciones cartaginesas también fueron reclutadas de manera apresurada y tenían escaso entrenamiento.
La armada romana ganó pronto una buena posición, usando su capacidad de movilidad para embestir los barcos cartagineses. Cerca de la mitad de la flota cartaginesa fue destruida o capturada. El resto sólo se salvó gracias a un abrupto cambio en la dirección del viento, que aprovecharon para escapar de los romanos.
Luego de su decisiva batalla sobre la armada cartaginesa, Cátulo renovó el sitio y conquistó Lilebea, esparciendo a Amílcar y a su ejército por toda Sicilia, entre las pocas fortalezas que aún controlaba Cartago. Sin recursos para construir una nueva flota o para reforzar las tropas terrestres, Cartago admitió su derrota y firmó un tratado de paz con Roma, dando conclusión así a la Primera Guerra Púnica.
Imagen. La batalla de las islas Egadas fue una confrontación militar y naval entre los cartagineses, dirigidos por Hánnon el Grande, y los romanos, encabezados por Cayo Lutacio Cátulo, finalizando este con la victoria romana en el que fue el encuentro culminante de la Primera Guerra Púnica.
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